De niños solíamos correr para atrapar los globos que caían a medida que sus llamas se apagaban lentamente. Las estrellas se confundían con los destellos de cientos de papeles inflados por vientos de esperanza. Luego llegábamos a casa felices,arrastrando aquellos despojos de la fantasía. Les dábamos vida y los lanzábamos nuevamente, hasta que se perdían detrás una nube silenciosa. Así transcurría diciembre, época de sueños cumplidos, metáfora de la plenitud, estación del año vestida de carnaval. Siempre había una canción esperando ser tocada, una golosina para compartir, una mano que estrechar.
Hoy a mis 38 años se me ocurre que diciembre es un lucero, un diminuto punto extraviado en la turbulencia de un mar embravecido, una espiga inquieta y luminosa, un rumor que invita a vivir intensamente. Cierro los ojos y por un momento las imágenes pasan como la proyección de una película. Miro a través del catalejo de un pirata que escudriña el universo. Aparecen constelaciones que se abrazan, cometas desbocados, agujeros negros que sonríen. La vía láctea es un tobogán multicolor por el que se desplazan seres mitológicos, hadas madrinas, dragones juguetones, ángeles contemporáneos.
Por eso despierto envuelto en el aroma de una nostalgia que no hace daño. Y aunque los globos desaparecieron y ya no podré llegar a casa con ninguno, siento la caricia de un tibio rayo de luz en mi corazón: Tu amistad.
1 comentario:
Bello lucero. Importante y fundamental. Lo de los globos aún lo sigo haciendo, ahora busco a mi sobrino como cómplice...
Te dejo un abrazo, Carlos.
Gracias!!!!
Alicia
Publicar un comentario