Las enigmáticas palabras del maestro quedaron impresas en la mente del discípulo como los arcanos símbolos milenarios sobre la piedra caliza que recibía a los extranjeros a la entrada del templo, y se instalaron durante tiempo indefinido en ese oscuro e impenetrable hueco que la memoria tiene reservado sólo para las grandes verdades que merecen la pena ser recordadas hasta el fin de los días: “Se le llama invisible porque no se le puede ver; imperceptible porque no se le puede oír; impalpable porque no se le puede atrapar. Estos tres son ininvestigables, por eso se confunden en uno sólo. Quien le ha conocido se calla. Quien habla no le ha conocido.” Semejante galimatías se repetía una y otra vez de forma incansable cual tambores de guerra anunciando el inicio de lo inevitable, en el interior de la inexperta cabeza del discípulo mientras trataba de alcanzar, con las piernas cruzadas en la posición sagrada del loto, ese estado de total claridad contrario a aquel otro de obnubilación que en aquellos momentos dominaba su espíritu. De todos los koans propuestos por su maestro hasta el momento, aquel resultaba sin duda el más extraño y desafiante, y el discípulo intuía que su resolución le podría abrir caminos secretos que le conducirían a parajes inhóspitos e inimaginables para su ignorante mente de principiante.
Pero la paciencia y la tenacidad siempre tienen su recompensa, y en esta ocasión quiso el caprichoso destino que ésta no se alargase en el tiempo, como era su costumbre, premiando al obstinado discípulo con un pensamiento iluminador que como un rayo atravesó su córtex cerebral inundándolo todo, al igual que las aguas hacían con los arrozales en épocas de abundancia.
“Cualquiera podría reconocer el olor de la rosa florecida –pensó–, pero quién de entre todos sería capaz de describirlo con palabras. También la visión del vuelo del sereno gavilán sobre la bóveda celeste me transporta a un paraíso de paz y, sin embargo, me siento incapaz de explicarlo a mis semejantes en el lenguaje conocido. Lo mismo ocurre cuando la esfera lunar se sumerge en las remansadas aguas del lago durante las noches estivales, dejándonos el alma tan transparente y vacía como la parte más valiosa del cántaro de barro; cuántos podrían decir entonces lo que sus corazones les transmiten sin faltar a la fidelidad. De la misma forma, conozco el sedante sonido del fluir del agua sobre la roca pulida que tanto calma mi ánimo cuando la oscuridad se cierne sobre él, y no por ello me atrevería a traducirlo al idioma de la tinta. Tampoco debe de existir nadie diestro en los símbolos gráficos apto para narrar los sentimientos que afloran durante un paseo por el frondoso bosque henchido de diferentes cantos de aves multicolores. Y qué decir de las mágicas melodías remotas que los juglares hacen brotar misteriosamente de sus cañas agujereadas; imposible relatar cómo nos hace vibrar hasta el último de los vellos que nacen en nuestra piel.
El maestro tiene razón, como no podía ser de otra manera, quien le ha conocido se calla; quien habla no le ha conocido.”
Y así el espíritu del joven discípulo mudó de la obnubilación a una tenue claridad que sólo comenzaba a asomar tímidamente cual amanecer el primer día de primavera, y que con el transcurrir del tiempo terminaría alumbrándolo como el sol en su cenit, dejando atrás para siempre la noche eterna que reina en el corazón de la gran mayoría de los mortales.
Pero la paciencia y la tenacidad siempre tienen su recompensa, y en esta ocasión quiso el caprichoso destino que ésta no se alargase en el tiempo, como era su costumbre, premiando al obstinado discípulo con un pensamiento iluminador que como un rayo atravesó su córtex cerebral inundándolo todo, al igual que las aguas hacían con los arrozales en épocas de abundancia.
“Cualquiera podría reconocer el olor de la rosa florecida –pensó–, pero quién de entre todos sería capaz de describirlo con palabras. También la visión del vuelo del sereno gavilán sobre la bóveda celeste me transporta a un paraíso de paz y, sin embargo, me siento incapaz de explicarlo a mis semejantes en el lenguaje conocido. Lo mismo ocurre cuando la esfera lunar se sumerge en las remansadas aguas del lago durante las noches estivales, dejándonos el alma tan transparente y vacía como la parte más valiosa del cántaro de barro; cuántos podrían decir entonces lo que sus corazones les transmiten sin faltar a la fidelidad. De la misma forma, conozco el sedante sonido del fluir del agua sobre la roca pulida que tanto calma mi ánimo cuando la oscuridad se cierne sobre él, y no por ello me atrevería a traducirlo al idioma de la tinta. Tampoco debe de existir nadie diestro en los símbolos gráficos apto para narrar los sentimientos que afloran durante un paseo por el frondoso bosque henchido de diferentes cantos de aves multicolores. Y qué decir de las mágicas melodías remotas que los juglares hacen brotar misteriosamente de sus cañas agujereadas; imposible relatar cómo nos hace vibrar hasta el último de los vellos que nacen en nuestra piel.
El maestro tiene razón, como no podía ser de otra manera, quien le ha conocido se calla; quien habla no le ha conocido.”
Y así el espíritu del joven discípulo mudó de la obnubilación a una tenue claridad que sólo comenzaba a asomar tímidamente cual amanecer el primer día de primavera, y que con el transcurrir del tiempo terminaría alumbrándolo como el sol en su cenit, dejando atrás para siempre la noche eterna que reina en el corazón de la gran mayoría de los mortales.
2 comentarios:
Pedro realmente me conmoviste. Vaya amigo es un post de lujoooo. te felicito, te aplaudo y te agradezco que estés en esta tu casa.
Regresé hermano, no me vuelvo a ausentar. Un fuerte abrazo
Carlos Eduardo
Es bonito percebir que tienes el alma lleno de buenos sentimientos. Te felicito, Pedro !
Un beso.
Sill
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