Hoy ya somos 17... quizás mañana cientos, igual que ese pueblo indígena que habita silencioso los surcos del tiempo y la memoria.
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Luz en la Vida de Todos
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viernes, febrero 27

En un barco velero

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*****************************Dedicatoria


*****************************A ti, joven de 16 años, mujer, ecuatoriana, emigrante…
*****************************brutalmente maltratada
*****************************A ti, joven maltratador…
*****************************tenga contigo el destino la piedad de hacerte ver lo que eres.
*****************************A mí, estupefacto, asistiendo un día más…
*****************************avergonzándome una vez más.



Como un barco velero empujado por un viento firme y constante, pero suave.
Como en un barco velero.
La brisa constante en la cara. Brisa húmeda.

Las miradas perdidas en un horizonte lejano. Mirando hacia adentro, buscando lo que había sido. Mirando hacia delante, buscando lo que habría de ser. No más detalles. No alcanzaban, sus miradas, más detalles. Dos miradas introspectivas, sin nada que ver.

La manta, la pequeña manta escocesa, de cuadros verdes y amarillos jaspeados con grises de la edad, le protegía de las inclemencias de cualquier tiempo. Esa manta no estaba allí para esa ocasión, formaba parte del atrezzo. Tras ella, asomaba un traje de buen corte. Los años habían pasado por él, pero conservaba toda la elegancia de lo que había sido.
La bufanda, a juego, en verde musgo. Bien colocada, cuidadosamente colocada, primorosamente colocada.

Su mano derecha empuñaba un paraguas, a cuadros verde amarillentos. Con finas líneas rojas. Alguien cuidaba los detalles. ¿Quién? Haría falta saberlo, aunque sea para darle un beso.

El paraguas que empuñaba su mano derecha, era el timón, el dueño del destino. El paraguas verde amarillento parecía tener vida. A la derecha, más despacio, más deprisa, párate, a la izquierda. No, no es verdad, esto son imaginaciones mías. Pero sí, el paraguas existía.

Avanzaban. El porte era impresionante. Avanzaban los dos formando una unidad. No importaba la lluvia fina. No era lluvia. No llegaba a calabobos. Más bien podría ser una nube baja y espesa, de esas que te humedecen hasta el punto de mojarte. Mojarte por fuera, por dentro y el alma. Me parecía que ambos llevaban el corazón encogido.

Avanzaban, los dos. Y dos miradas nuevas. Sí otras dos miradas.
Él podría ser... Bueno, por encima del paraguas sobresalía la figura de un sudamericano. Él podría ser peruano, ecuatoriano o colombiano. No importaba. Se delataba por sus facciones. Pero no importaba.
Importaban sus ojos. Dos miradas. Tal vez todos tengamos dos miradas, que no practicamos.

Miraba hacia adentro, es decir, hacia atrás. Veía a su mujer, Yma Sumac, y a su hija, Antawara. La veía a ella, joven, llena de vida, allá, en su pequeño pueblo de Perú, o Colombia, o Ecuador, que más da. Ella, esperando una llamada. Rápidamente recogería a Antawara (la abuela Nina quería llamarla Tintaya) y saldrían para la tierra de promisión. Volverían a su pequeño pueblo, al cabo de unos años, y.....

Él miraba hacia atrás, añorando los paisajes, la tierra, las gentes, los amigos, la familia...

Avanzaban como un barco empujado por un viento suave, con la brisa en la cara. Y él miraba hacia fuera, hacia delante. Miraba el país de las promesas. El país que esperaba lleno de frutos jugosos, apetitosos, fáciles. Y comprobaba... comprobaba la dureza de ser un emigrante en tierra de emigrantes.

Poca memoria, se decía. Estas gentes tienen poca memoria. Pero era feliz en el modo que se puede ser. En poco tiempo se traería a su joven esposa, a su niña de sus ojos y... volvería a ser una familia. Ya nada habría de faltarles. Nunca más. Y era feliz. Tenía la certeza de que su hija conocería un mundo nuevo en este nuevo mundo. Un mundo nuevo en el que la gente no se fijaría en el color de su tez.

Por encima del paraguas veía todo eso. Veía más que todo eso.

Se veía ahora sentado bajo un paraguas, navegando, pilotando su silla de ruedas, empujado por otro ciudadano del mundo que estaba soñando lo mismo que él, de profesión, capitán de silla de ruedas.

Y sabía, al contrario que Yma Sumac, que Antawara no regresaría a la tierra que le vio nacer. Se quedaría aquí, en la tierra de promisión para cuidar que su manta, su bufanda y su paraguas, estuviesen primorosamente, amorosamente colocados, aún cuando él ya no se enterase de esos pequeños detalles.



Post scriptum

* Y mientras escribía, con la tristeza escapándose entre los dedos, escuchaba la obra de Michael Nyman - A Zed and Two Noughts

* Me hubiese encantado poner la fotografía real de esta historia. Por respeto, al capitán y al piloto de la silla de ruedas, de papeles intercambiables, no hice la foto. Podría haber disparado pero...
Tampoco me hubiese gustado ser el protagonista, ninguno de los dos, de esta historia. De ser así, no hubiese querido salir en la foto.

* Mi amigo Rammses me regaló estos preciosos nombres, nombres en Quechua.

Nina. Significa fuego, candela, calor. Un estupendo nombre para el alma de la casa, la abuela, que resguarda el pasado de una familia que se va a enfrentar al futuro. La que queda como depositaria de la tradición y la historia. Gracias Nina.

Antawara. Lucero cobrizo o Estrella cobriza. Que mejor nombre para ese futuro prometedor. Será la nueva generación que aporte vitalidad a una civilización gastada por los años.

Tintaya. Deseosa. Nina quería ese nombre. Hubiese sido un precioso nombre. Tal vez, pronto será la hermana de Antawara, la nueva vida nacida en un viejo país que se rejuvenece por el flujo migratorio.

Y por último… la princesa.

Yma Sumac. Éste es un nombre que sólo se les daba a las princesas incas y significa bella, hermosa. Y es lo menos que se merecía nuestro capitán y piloto. El hombre arriesgado que cambia un presente cierto por un futuro, más allá de los mares, mares poblados por enormes monstruos marinos, en pos del Otro Nuevo Mundo.

No hay un nombre para nuestros dos protagonistas, ese equipo indisoluble que conforma el barco velero, tres, si contamos al paraguas, que tiene vida propia.


El hombre de la manta podría ser… no se me ocurre.



este post , OVNM 024
fue publicado, el 29 de octubre de 2007, en
Outra Vaca No Milho
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fotografía: Barcos veleros en Santander - Cutty Sark 2002
música: Michael Nyman - Here to there
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7 comentarios:

➔ Sill Scaroni dijo...

El post está magnifico y que todo acá en el Trueque estea en una brisa suave ...

Hola Ñoco.

Anónimo dijo...

pues que el viento nos arrastre al mejor de los puertos, y en paz

Roque Soto dijo...

Como diría Manuel Antonio:

Fomos ficando sós
o mar o barco e máis nós.
Roubaron-nos o Sol
O paquebote esmaltado
que cosía con liñas de fume
áxiles cadros sin marco
......
......
......
Fume de pipa Saudade
Noite Silenzo Frío
E ficamos nós sós
Sin o mar e sin o barco
nós.

Un abrazo desde este diario de a bordo que es Trueque.

Pedro Estudillo dijo...

Una historia increíble, como todo lo que es realmente humano, y muy hermosa. Ha sido todo un lujo y un placer leerla.
Gracias por compartirla.

Un abrazo.

Mariel Ramírez Barrios dijo...

Què maravilla el cuento
Què maravilla los nombres
de verdad ,un mago,querido mìo
las imàgenes en este caso se quedan marcadas por las letras..
y el hombre de la manta
yo lo llamarìa
Karaì-ku ( hombre luz,en guaranì.)
besote a vos
y otro a mi faraòn.

María Marta Bruno dijo...

Me morí de ternura...

Ahora me doy cuenta de por qué sos el Mago de Mariel.

Un abrazo

Anónimo dijo...

شكرا على المعلومات العظيمة! لن لقد اكتشفت هذا خلاف ذلك!

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